Las coincidencias esconden cosas más profundas, y algunas circunstancias de la vida dan la razón a quienes argumentan de esta manera. Y Mario Zagallo y Franz Beckenbauer lo pudieron confirmar, separados por distancias inconmensurables, pero con tantas cosas que los hacían verse como personajes iguales y trascendentes.
Ganadores en los campos, ganadores en la gestión, inspirando a generaciones como ningún otro. Fueron seres que trascendieron los años, las décadas, vivieron más allá de las edades e incluso partieron de la existencia cada pocos días. Pocos como ellos; o mejor aún, a nadie le gustan. Los brasileños y los alemanes llevaban consigo el aura invisible y luminosa de lo incomparable, eso que los hacía hombres sabios y respetables, únicos en su especie…
Ahora capturamos en la memoria al maestro de sala Zagallo, que conoce cada milímetro de las canchas, y sirve bolas mágicas para Pelé y Garrincha en Suecia 58 y Chile cuatro después.
Bajo su mando discreto pero firme y conocedor, la selección brasileña siempre fue otra cosa, con el brillo de la selección mundialista de México 70 que fue unánimemente considerada la mejor de la historia del fútbol, y con él asesorando la etapa de scracht en Corea-Japón 2002.
Cuatro coronas, lo que sea, un legado del que nadie más podrá presumir estos días. Imaginemos a Zagallo, el llamado «lobo» por su avanzada intuición de lo que iba a pasar en los partidos, que pasaba por las calles de Río de Janeiro, en estos tiempos de crisis del fútbol de su país, y hoy más de En otro tiempo se añorarán sus obras, su aire de triunfo. «Ahí va Zagallo, el verdadero maestro del juego. Ahí va el que nos ha dado el mayor honor. Hola, Lobo Zagallo»…
No sabemos cómo lo hizo, pero siempre nos pareció que Beckenbauer tenía el don de levitar. Partió desde la última línea, tragó metros y más metros con el paso divino, el paseo inglés que llevaba consigo, y apareció intercalado con compañeros y adversarios y encontró siempre la jugada exacta. Y su integridad era contagiosa, era inmutable ante cada acontecimiento, su aplomo como una estatua de bronce.
Ganó en Alemania ’74 con el dominio que tranquilizaba a sus compañeros, y ganó en Italia ’90 poniendo en el campo las ideas de un solo jugador desde una dirección técnica. Así es y así será.
Mario Zagallo y Franz Beckenbauer tendrán para siempre su lugar en el equipo del mejor fútbol que jamás se haya producido. Como jugadores, como entrenadores, como todo. Serán las inspiraciones hoy y siempre.
Te veo allí.
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