Los sueños, como los castillos de arena a orillas de la playa de San Luis en Cumaná, se derrumban con el primer soplo del viento caribeño.
Wuilker Fariñez, uno de los grandes porteros que ha producido Venezuela en las últimas décadas, tenía una ilusión. Luego de ser grande con Caracas, Millonarios y Vinotinto, y según la charla popular ser considerado como un posible arquero sustituto del Barcelona, se fue a Europa. No fue a Cataluña, es cierto, pero se dijo que sí en ese momento, y estando en Lens, al norte de Francia, tomó el pulso al fútbol europeo. Se dirigió al banquillo del equipo pequeño mientras observaba el movimiento de aquel momento, año 2020, para adquirir la experiencia necesaria.
Sin embargo, no jugó. Sólo en algunos partidos de copa, rara vez en la liga. Un año y uno, hasta que una maldita lesión, de esas odiadas y temidas por los jugadores, le apartó del equipo. Deambuló, volvió a intentarlo en Colombia, hasta que finalmente encontró refugio en Caracas, su equipo de entrenamiento. Y ahí está, con ese dolor atrapado en las entrañas, sin saber si algún día podrá cumplir lo que alguna vez soñó. ¿Barcelona, Lens, toda Europa?
Yulimar Rojas, considerada una de las grandes deportistas del mundo, estaba segura que en París conquistaría su segunda medalla de oro. Ya quería su cuello en Tokio 2023, y aparentemente no había oponentes en el panorama que la hiciera temblar.
Pero un salto en falso, una caída torpe, la devolvieron al punto de partida, a casa, al lecho de reposo. Adiós medalla, el oro convertido en pesadilla, que dolor… Vivamos la espera interminable, otros cuatro años hasta Los Ángeles 2028, que lejos queda. Ella sigue viviendo el triple salto, donde es campeona indiscutible; Continúa viéndolo en la mente de grandeza sobre lo que pudo haber sido y no fue.
Así es en el deporte. Todo es fugaz, el paso de una escena cinematográfica, elogio hoy, olvido mañana. Recordemos a Juan Arango. Alguna vez amado en todo el país, venerado por su potente zurda capaz de reventar la red, hoy pasa por la Plaza Miranda de Caracas y sólo unos pocos aficionados notan la presencia del gran volante: «Mira, ahí va Juan Arango. Eso es lo que la selección nacional necesita ahora». Hay un toque de anhelo en esas voces y un recordatorio del jugador mágico que había sido.
La vida sucede y se lleva consigo el deporte y sus jugadores. Nadie escapa al tren imparable, que detrás de la máquina trae un vagón donde llegan los nuevos deportistas, las promesas que están a punto de cumplirse.
Wuilker Fariñez y Yulimar Rojas reflexionan sobre sus accidentes. Miran el cuerpo y examinan sus heridas. Y allí, en su dolor, se dan cuenta de que todavía tienen clavadas las espinas de nadie. Los castillos de arena han desaparecido.
«Colorao» también tiene uno
Lo que más le duele a un deportista es abandonar los escenarios cuando llegan sus mejores años en plena madurez deportiva: ¿a cuántos no les ha pasado este inconveniente?
Esto es lo que le pasó a Fernando «Colorao» Aristeguieta a los 31 años. Destacó en el buen fútbol y marcó goles en el Puebla de México, mientras una lesión tras otra lo iba alejando poco a poco de las canchas. Así, el equipo azteca perdió a un atacante con excesiva fuerza y choque frontal necesario para el campeonato competitivo.
Luego de pasar por sus malos momentos, el «Colorao» estaba seguro de que el fútbol no iba a ser para toda la vida, aunque, y como paradoja, ahora continúa en ese anhelo, pero como entrenador del Puebla versión Sub-23.
Mientras jugaba, no perdió tiempo en estudiar el curso de Director Técnico, donde ve abierto y prometedor el futuro inmediato.