Desde la época de Eve hasta las jugadoras en la Copa Mundial Femenina que comenzó hace cinco días en Australia y Nueva Zelanda, ha habido mucha agua que la gente ha visto en todas sus formas. El que anduvo desnudo y desvergonzado por los jardines del Edén; hoy, las mujeres se cubren el cuerpo no solo para cumplir con la regulación personal y social, sino también porque visten los uniformes representativos de cada país en un intento de no morder la manzana del pecado, y darle a su región el prestigio asociado al ansiado título universal.
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Son más de setecientas chicas que hacen todo lo posible por ser las mejores, todas aquellas que quieren demostrar a los hombres ya sí mismas todo lo que son capaces de hacer. No habrá regates, esquivas, túneles, marcajes y goles, paradas imposibles de los porteros, festejos, tumultos y lutos que le son ajenos; no habrá emoción que no se sienta al verlos discutiendo de bailes y cuartos en tierra de nadie.
Y no creas que esto es, como en la película de Pedro Almodóvar, «Mujeres al borde de un ataque de locura». Pues sí, pero ataque por el fútbol, el deporte descarado pero también sutil que ejerce como muy pocos la representación humana. Es una pasión desenfrenada por satisfacer, por demostrar que se puede hacer posible un Mundial.
Este encuentro en el continente oceánico es territorio por conquistar, una vena futbolística hasta ahora inexpugnable. Aunque será el noveno Mundial femenino, será este el que despierte nuevas sensaciones y nuevas rivalidades. No sabemos si se reavivarán los antagonismos Brasil-Argentina, España-Italia o Inglaterra-Alemania, pero sí sabemos que surgirán otros enfrentamientos de alto voltaje, como nuevos faros.
Hasta hace poco, el Mundial femenino era poco, solo una curiosidad y una tímida muestra de rebeldía. Hoy no, porque trepando con firmeza, trepando peldaños serios de la presencia de la mujer, ya se acerca en popularidad e importancia a los hombres.
Con el ir y venir del tiempo, el fútbol femenino ha ganado valor. Hasta hace unos años, los fanáticos de toda la vida se reían al ver a las chicas patear la pelota; Un cronista español llegó a escribir, en tono sarcástico, una reseña en la que decía que sólo unas seiscientas personas habían asistido a un partido femenino en Madrid. Nos gustaría ver su cara en Wembley, el día de la final europea entre Inglaterra y Alemania con 87 mil allá arriba, en las enormes gradas del London Stadium.
Y no crean que esta nota es un repaso reivindicativo al fútbol femenino. Es mirarse en el espejo de la realidad, del cambio de paradigma en el mundo actual donde las mujeres, deshaciéndose de las ataduras de siglos de infravaloración en muchas áreas de la vida, ahora se están saliendo históricamente de los límites. Fútbol entre ellos, no había nada más.
Latinoamérica al rescate
Para que la fiesta de la mujer sea real, es Latinoamérica. Y no será para montar fuegos artificiales; Será una presencia con pretensiones, en busca de un título inédito para la región. Brasil, Colombia, Argentina, Panamá y Costa Rica se verán envueltos en este esfuerzo, en una batalla con equipos de Estados Unidos y Europa que parece inalcanzable.
Para las niñas en el nuevo mundo, será tropezar con el desarrollo, porque esto se mide incluso en el fútbol.
Pero como el fútbol es democrático, donde todos los equipos parecen iguales aunque no lo sean, se va por el «hombro», como se decía antes, porque ahora tiene que ser la «feminidad» para derrotar a los que parecen de otra dimensión.
A las chicas de esta carrera hay que apretar a ver si en alguna de estas les “tiramos una vaina”, como le escuchamos decir alguna vez a César Luis Menotti.