La muerte se produjo en un hospital privado de Culiacán, capital del estado de Sinaloa, sede del poderoso cartel de la droga fundado por su hijo, 20 días después de la operación de vesícula, según las mismas fuentes.
Una de sus apariciones públicas más destacadas ocurrió en marzo de 2020 cuando se reunió con el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien se encontraba de gira en Sinaloa y se acercó a Loera para saludar su auto, lo que generó polémica y críticas al mandatario.
López Obrador defendió su gesto como un acto humanitario frente a una anciana que «merece todo mi respeto sin importar quién sea su hijo».
«Si le doy la mano a delincuentes blancos, ¡cómo no voy a darle la mano a una dama!» «¿Cómo voy a soltar la mano?», dijo entonces el presidente izquierdista, en una de sus habituales ruedas de prensa.
El acercamiento de Loera al presidente fue entregarle una carta en la que le pedía su intercesión para obtener una visa humanitaria y poder visitar a su hijo en Estados Unidos, donde está condenada a cadena perpetua desde 2019, condenada por tráfico de drogas.
A pesar de sus intentos, la anciana no pudo visitar a su hijo en prisión. En cambio, se enteró del procesamiento por parte de las autoridades estadounidenses de cuatro de sus sobrinos, quienes estaban a cargo del cartel de Sinaloa y son conocidos como «Chapitos», y del arresto y extradición este año de uno de ellos, Ovidio Guzmán López. .
Tras su muerte, Loera fue trasladado a La Tuna, su pueblo natal y lugar donde creció el «Chapo», ubicado en el municipio de Badiraguato, donde tenía una casona, según informaron sus familiares.
Frente a la casa hay un templo cristiano que fue mandado construir por sus hijos, con la intención de que la señora pudiera practicar activamente su fe.
La devoción de Loera motivó frecuentes visitas a Culiacán para acudir a un templo en el barrio de Tierra Blanca, lugar conocido por ser cuna de líderes criminales que vivieron entre las décadas de 1970 y 1990. Agencias