La noche del domingo, la costa era una explosión de alegría contenida, un caos, un frenesí, porque su equipo, La Guaira, había ganado el campeonato de béisbol después de una agotadora espera de treinta y ocho años sin nada en las manos.
Fue una fiesta de colores, licor, explosión de fuegos artificiales, cantos y gritos de “¡porque somos los mejores!”, que también se extendió por varios lugares del país. Después de las imágenes en la televisión, me vino a la mente el fútbol venezolano.
No recordamos nada parecido desde hace tantos años después de sus partidos y campeonatos. Y esto, como todas las cosas en la vida, tiene una explicación, por qué pasa o deja de pasar la excesiva pasión por el fútbol y la falta de pasión por el fútbol en el país…
Por razones históricas, el béisbol ha sido un deporte instalado en la psique venezolana, y su influencia se extiende a todos los rincones de Venezuela.
Johnny Villarroel, colega del director deportivo del diario El Nacional, dijo que en la Vuelta al Táchira, que cubrió satisfactoriamente durante años, cuando la caravana de bicicletas pasaba desde un cerro, la gente gritaba «¡Magallanes, Magallanes!». y enseguida, desde el suelo de enfrente, se escuchó el coro «¡Caracas, Caracas!» se escucha.
El fútbol, a diferencia del béisbol, se ha caracterizado por ser local; Si Táchira gana en todo el estado andino, empieza la fiesta, pero sin repercusiones, y eso pasa con los demás equipos del país…
Pero cuando se trata de VInotinto, el panorama es otro, porque la dimensión es otra. La selección es vista y sentida como algo propio, como un estandarte único e irrefutable, como un símbolo inequívoco del país. Así que no tiene sentido comparar, porque es el deseo de una parcialidad que, por grande que sea, no es más que una afición ante el conjunto representado por la selección nacional.
El fútbol de equipos debe arraigar, apoderarse del pueblo, lanzar los cohetes, aunque también debe pelear, en una batalla desigual, con los valores ancestrales que sustentan el béisbol.
Hubo un tiempo, en los años 90, en que el baloncesto crecía en popularidad y, según algunos, «igualaba» e incluso superaba al balón en el fervor de los aficionados. Quienes pensaban así estaban al otro lado de la verdad, porque no reconocían la tradición. Pasaron las canastas y los tiros de tres puntos, y los jonrones y atrapadas de los diamantes siguieron, impertérritos, su rumbo.
Te veo allí.
La entrada Fútbol, ¿Dónde están los cohetes? se publicó por primera vez en Leader in Sports.