Si partimos del supuesto de que todo sistema político tiene su correlato educativo, entonces decimos que en Luis Beltrán Prieto Figueroa se materializa una de las visiones educativas más avanzadas de su tiempo, de nuestro tiempo, lo que redunda en su innegable resonancia actual.
Sin embargo, se trata de una visión educativa combinada con una concepción política, en la que, sin dudarlo, las dos dimensiones a veces se complementan e incluso se confunden. Por eso, en ningún caso, sostuvo Prieto Figueroa, como docentes, debe renunciar al compromiso político sincero y sólidamente argumentado.
El mismo Prieto Figueroa fue consciente de esta simbiosis, quien criticó reiteradamente el malsano pragmatismo en el que la búsqueda del poder se privaba de un programa o ideología transparente.
Pero este reportaje se hizo extensivo a los llamados intelectuales inmersos en una asepsia política.
Para el profesor Prieto Figueroa, el pensamiento es inválido cuando es indiferente a su entorno social, a su entorno inmediato, cuando no es aprensivo y lamentablemente desapasionado.
Por lo tanto, la dicotomía pensamiento-acción es un falso contraste. Ambos son igualmente importantes y actúan dialécticamente.
En muchos de sus escritos, Prieto Figueroa manifiesta su convicción de que el fin último de la educación es la consolidación de la formación integral del hombre, con especial atención al desarrollo humanístico, nunca divorciado del contexto social específico.
Prieto Figueroa siempre ha subrayado que la función de la educación es consolidar el desarrollo armónico de la personalidad, formando ciudadanos aptos para la vida y para el ejercicio de la democracia. La democracia entendida no como una simple gestión de gobierno, sino como un estado de ánimo, un camino complejo, dinámico, histórico y dialéctico que se fundamenta en un camino elevado de convivencia humana y superación social.
La misión de elevar el nivel de vida de todos los venezolanos recae en la escuela, es decir toda la humanidad; objetivo histórico que no hace concesiones con ningún tipo de exclusión religiosa, sexual, racial, económica, política, regional, ideológica, étnica o de género.
En este sentido, Prieto Figueroa es un demócrata franco, un optimista irrecuperable que contradice fundamentalmente la filosofía hegemónica de principios del siglo XX.
De la misma manera, la educación pretende fortalecer los sentimientos de nacionalidad; nutrir el espíritu de solidaridad humana y promover la cultura; valorar el trabajo como un deber cívico fundamental; uso racional de los recursos naturales; y aprovechar la capacidad productiva de la nación en sentido afirmativo.
Ya en su Proyecto de Ley Orgánica de Educación Nacional (1948) expresa en el preámbulo el imperativo de un hombre íntegro tanto física como moralmente, ubicado en su espacio y tiempo como “factor positivo de comunidad de trabajo”.
A su juicio, el proceso educativo venezolano debe ser consistentemente humanista, desde las escuelas primarias hasta los institutos superiores.
¿Y a qué órgano de gobierno debe recaer esta delicada tarea de educar al pueblo?
El maestro oriental Prieto Figueroa respondió rápidamente que en un Estado con una política amplia y progresista, un Estado innovador, inclusivo, sustentable, muy productivo, motor fundamental del desarrollo socioeconómico del país sin hipotecar la jurisdicción interna del ciudadano. En resumen, en un estado socialista.