El inicio de la pretemporada se va aclarando en el fútbol europeo. Los clubes llaman desiertos a los campos y los jugadores se despiertan en sus festivas vacaciones. Se cuentan sus aventuras, se ríen de los cuentos, y de repente vienen los directores técnicos con su cara de gruñón en señal de autoridad.
Andan con carpetas bajo el brazo derecho y papeles con esquemas nuevos y viejos “porque esta temporada todo será diferente”. Hay que lidiar con futbolistas, pero con futbolistas millonarios, todos esos tipos que han dejado su punto de partida y ahora miran la vida desde arriba.
El señor dinero brilla, lo gobierna todo, y la mente de estos hombres sólo ve en el horizonte un futuro de yates y autos de quinientos mil dólares. Ah, qué diferente del pasado lejano, cuando los futbolistas se despedían de las canchas en busca de un trabajo para seguir viviendo…
Mientras todo esto sucede en Europa, las cosas se están moviendo a un ritmo diferente en Estados Unidos. La melodía tiene diferentes acordes, porque aunque también viene la plata, las proporciones son groseramente diferentes. Brasil, México y Argentina pagan duro, aunque los montos no son similares a los de Inglaterra, España, Italia, Francia y Alemania.
Más abajo, bueno, Colombia y ya; el resto sobrevive de su reputación como país futbolero y sueña con un mañana mejor. Y Venezuela, ¿cómo están las cosas aquí? ¿Quién ilumina el fútbol nacional? las cosas no son tan malas como uno podría inferir. La confederación sudamericana acude en su ayuda y clasificarse para torneos internacionales es un alivio del cielo.
No importa que los equipos venezolanos apenas hayan logrado ocho de setenta y dos puntos y ganado apenas dos partidos de veinticuatro este año, porque la región los necesita para no desequilibrar sus planes competitivos.
Los afortunados que van a la Libertadores y a la Copa Suramericana se llevan la lotería, por eso se pujan generosamente y mueren en los campeonatos locales para entrar al ciborio donde se arman los sorteos de las eliminatorias…
Por tanto, meterse en la lista de los equipos clasificados no es poca cosa. En teoría, podría ser el dinero que se busca. Además, y quizás lo más importante, existe la sagrada oportunidad de viajar, de ser visto y llevado a otras realidades más prometedoras. Entonces el fútbol no es visa para la gloria en Venezuela, pero tampoco es un salto al vacío.
De repente, y cuando menos te lo esperas, puede sonar tu teléfono móvil y al otro lado escuchas una voz que dice: “Buenas noches. ¿Quieres jugar en otro país? Por eso te llamo».
Te veo allí.