El Año Viejo de Crescencio Salcedo Músico y compositor colombiano, nacido en Palomino, Bolívar, en 1913. Hijo de familia humilde, dedicada a la ganadería y la agricultura. Autodidacta, «Compae Mochila», como lo llamaban, dedicó su vida a la música popular y a la fabricación de gaitas y flautas, que toca con destreza en los «perendengues» de la ciudad. Era un hombre de gran sensibilidad; Caminaba descalzo, según él, «para sentir mejor el contacto con la Madre Tierra». Compositor de las famosas y memorables melodías folklóricas colombianas como: «La múcura, Mi cafetal, El caimán, El Año Viejo», entre otras, a pesar de que aprendió a escribir a edad avanzada. Durante su vida no fue reconocido por el éxito de sus canciones, las cuales siguen vigentes. En los últimos años se ha dedicado a vender los instrumentos que fabricaba en las calles de Medellín. Murió en esta ciudad a causa de un infarto en 1976. Sus obras han sido grabadas por artistas como: Toni Camargo, Chayanne, Farid Ortiz, Lucho Bermúdez, La Sonora Matancera, entre otros. Nostálgica, como su canción más famosa, The Old Year, era su vida. Y tan simple como sus letras. Agradece las cosas cotidianas que le dejó el año de su partida: «Me dejó una cabra, un burro negro, una yegua blanca y una buena hermana». Crescencio Salcedo no habló de millones, de fama ni de aplausos. Aunque logró grabar discos y recibir aplausos con canciones de su vida diaria, compuestas por él y que no se comprometió a reivindicar como autor porque era de los que pensaba que las ideas estaban ahí y simplemente las tomaba. Por ello, se definió como un «coleccionista de sonido» cada vez que se preguntaba si era compositor. Se trataba de Crescencio Salcedo, natural de Palomino (Bolívar), músico del Magdalena, quien desde pequeño tuvo una larga historia de amor con las flautas de caña indígenas que aprendió a fabricar de forma autodidacta y que fueron su único sustento al final de su vida. vida Nació el 27 de agosto de 1913 y no aprendió a leer ni a escribir, pero sí a expresarse con el instrumento que siempre lo acompañó. Compusía con la flauta, que hacía para vender en una colorida bolsa con la que viajaba. Dicen que podía imitar los sonidos de trompeta, tambor y saxofón sólo con esta flauta. Y lo que hacía cuando componía era lo que veía en casa. La cabra, el asno, la yegua y la cerda eran reales. Como el «hombre caimán», que también lo inspiró, aunque fue José María Peñaranda quien reivindicó la autoría de la famosa canción emergente. Si hay que aceptar que la industria discográfica en Colombia ha tenido sus páginas oscuras gracias a los contratos leoninos en los que muchos autores cedieron los derechos de sus obras, Crescencio Salcedo es solo uno de los ejemplos. Los derechos sobre sus obras nunca le han reportado ningún beneficio, ni los considera propios. La Múcura, Mi cafetal, El hombre Caimán y El Año Viejo podrían haberle dado derechos para vivir bien. Pero se los había entregado a los discos de Fuentes. Y no los reclamó, no le interesaba. Aunque grabó y vendió discos bajo su propio sello, Mi Patria, entre su entorno cercano. “No soy autor de nada – dijo- (…) Y como no lo soy, no tomo nada. Colecciono motivos para expresarlos en la música. Otros recogen el dinero…” Otro también sería consagrado gracias a su obra. El cantante mexicano Tony Camargo, fallecido en agosto de 2020, escuchó por primera vez en Venezuela una versión de El Año Viejo. La incluyó en su álbum debut en 1953. Por muchas versiones que se hagan de esa canción, la suya es la versión que todos recuerdan y la que todos quieren seguir escuchando cada 31 de diciembre mientras las campanas anuncian la llegada del comienzo. del nuevo año. EL MEXICANO, Tony Camargo se lanzó al estrellato con esta música de «Año Viejo» y siguió una cómoda carrera. Mientras Crescencio sigue haciendo flautas para vender y visitar Magdalena, a veces Medellín u otra ciudad y cantar donde alguien quiera escuchar. Así DESCRIBE GABO A CRESCENTO SALCEDO García Márquez tuvo esa oportunidad en Barranquilla y no dejó de escribir sobre ello. Lo describió como «un indio descalzo que se paraba en un rincón de la Lunchería Americana a cantar en voz alta las canciones de sus cultos y otros, con una voz que tenía algo de hojalata, pero con un arte muy propio que se impone en el medio». del gentío cotidiano de la calle San Blas. Pasé buena parte de mi primera juventud cerca de él, sin siquiera saludarlo, sin dejar que me viera, hasta que conocí de corazón su vasto repertorio de canciones de todos», escribió en su memorias Vivir para contar. El Nobel de Literatura colombiano también escribirá sobre él en las páginas de El Heraldo: «Está el gran Lutero del vallenato, Crescencio Salcedo. De ascendencia goajira, este compositor que también es herbolario, como dicen, no quiso aceptar la inscripción en la cofradía y es un músico suelto, al que sus compañeros no reconocen los méritos ni le dan aliento de ningún tipo. Pero alguien me dijo, alguien que luego fue objeto de las represalias de Abelito Villa, que Crescencio Salcedo era autor nada más que de La Varita de Caña y El Cafetal. Eso le da, sin duda, mérito suficiente para ser un protestante respetable. Sí, también era herbolario, uno de los tantos oficios que había aprendido en la calle, tras dejar Palomino al morir su abuelo. En un momento fue comerciante, marinero fluvial y compaginaba ambas cosas: vender y viajar por el río Magdalena. Así llegó a presenciar numerosas fiestas populares que marcaron su interés por la música. En los años 60 vivió en Medellín, aunque también pasó un tiempo en Bogotá, vendiendo sus flautas, que nadie le enseñó a fabricar. Tuvo un grupo musical, Los Indios Selectos, que grababa con Sonolux. Pero siempre volví a las flautas. Crescencio Salcedo y sus flautas a 100 pesos Sus canciones siguieron sonando en emisoras de radio no sólo de Colombia, sino de todo el continente y Salcedo siguió vendiendo flautas en las calles. Dada la grandeza de sus textos icónicos, resulta casi doloroso encontrar una frase suya como la siguiente: «No me gusta pretender ser el compositor de ninguna obra. No creo que uno componga nada, sino que lo único que hace es sacar motivos de lo que está perfectamente hecho. Según la cultura, con eso pulido que uno tiene, uno puede coleccionar la obra. Nadie compone nada. Todo está compuesto con perfección. Lo que uno hace es descomponer. Siempre he dicho que lo único que uno puede hacerse cargo es la vida del autor. Lo único que podemos Lo que podemos hacer es ser autores, porque tomamos el motivo antes que los demás. Así que murió, viviendo de sus flautas. El poeta Manuel Hernández dijo que lo había visto en una de las calles de Medellín -días antes de su muerte, el 3 de marzo de 1973, víctima de un infarto-, parecía casi un mendigo, en una banca del parque y al lado de en un cartel: «Aquí no se mendiga, las flautas se venden en 100 pesos». Fuente documental: Gabriel García Márquez – diario El Heraldo año 1968 Biografía de Crescencio Salcedo. Jesús Armando Gruber
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Redacción - Infórmate Venezuela
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