El sentido figurado de la expresión que da título a este texto se adapta a la realidad de la selección venezolana en el actual campeonato sub-23.
Dos empates que se podrían haber ganado, pero que también se podrían haber perdido, dan fuerza a las palabras iniciales, que están ligadas a partes iguales a la dependencia de otros resultados. Eso sí, si los chicos criollos ganan a Colombia (hoy) y Brasil en los dos partidos que restan, no hay manera: la tarea estará hecha. En las categorías de edad, Sub17, Sub20 y ésta, pueden pasar cosas que van desde lo más lógico a lo imposible, de lo esperado a lo insólito. Pero partimos del hecho de que ellos ganan estos enfrentamientos, pero ¿y si no pueden, si los fantasmas del pasado se interponen en su camino? De poco serviría empatar, porque es una cuestión de ganar o morir.
Venezuela ha mostrado categoría individual, y para decirlo sin rodeos, más que los jugadores de Ecuador. Lo que pasa es que estos, posiblemente por ser más activos, resuelven con más tranquilidad las presiones y desequilibrios. El equipo aquí se desespera y quienes lo ven se desesperan porque quedan enredados en sus propios pies, en la niebla de la indecisión, sobre todo cuando sus lanceros atacan. ¿Quién resuelve? Casi todo el peso de ese ataque recae sobre Matías Lacava, y la tarea del mediocampo recae sobre Telasco Segovia.
Esta situación hizo recordar la época de Juan Arango como vanguardia de la selección absoluta; Todos los que tenían el balón firme en los pies voltearon a ver dónde estaba el capitán y fue él quien decidió: «Aquí, jefe, para que seas tú quien ponga las reglas». De la misma manera, cuando el conjunto criollo es atacado, se confunden los roles de los defensores: quién sale a anotar, quién se queda y vigila la zona, qué mediocampista entra a apoyar. ¿Falta afinación? El cuerpo técnico lo sabe, pero no quiere saberlo, y a ellos les corresponde decidir el calendario.
En el partido contra Bolivia vimos a un equipo que perdió sus goles por momentos; Contra Ecuador mejoró, porque quizás el rival, que tiene un fútbol un tanto caótico, «africano» y al que le da igual lo que haga el rival, tuvo más margen para crear. Ahí entró Venezuela y lo único que faltaba era un poco de calma. Si pudiéramos volver a ver estos partidos en vídeo, estaríamos convencidos.
El campeonato continúa y de momento no sabemos si es buena idea alcanzar a Brasil o Ecuador. Los brasileños parecen haber superado el torneo, pero quién sabe, y los ecuatorianos se están alejando en la clasificación. De momento, y a riesgo de volverse repetitivo, al equipo sólo le falta ganar y volver a ganar. Si logra llegar a ese pico, si su fútbol crece como espera el país, París podría estar más cerca de lo que aparece en el GPS.
El sabor del juego.
Los torneos por edades son fantásticos para jugar a la ruleta y hacer predicciones. Mirar a los jugadores jóvenes es una invitación audaz a hablar de aquel que llegará lejos y del otro cuyo futuro no está claro.
Mirando los partidos, el equipo que más alegría nos ha llenado por el juego y sus valores colectivos ha sido Paraguay.
Serio, posicionalmente correcto, con peso específico y yendo a portería cuando hay que ir, nos pareció un gran contendiente para París. De la misma manera Bolivia, un equipo parejo y con valentía de buscar, en cuya función colectiva no es fácil distinguir a un jugador de otro porque, como en ningún otro equipo visto, el colectivismo funciona.
Sabemos que presagiar al menos puede ser posponer quedar mal, pero bueno, y como dice la Biblia, “no sólo de pan vive el hombre”.
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