La mujer de la etnia wayúu tenía 17 años de edad cuando perdió a su pequeño. Calcula que el niño tenía ocho meses de nacido porque no sabe contar. De los tres niños de la familia Montiel que enfermaron, solo uno se salvó. Con la mirada fija en el suelo se concentra en calmar el llanto de la que ahora es su única hija. Le da la teta, vuelve el silencio. Le es difícil hablar español, pero como puede cuenta. “A mi hijo dio diarrea, después hacía con sangre y vomitaba mucho, duró como una semana, estaba flaquito, hasta que se murió ahí, en casa de mi tía”, y señala con la boca el rancho donde dejó de respirar su primer hijo, a un costado de la trilla de arena en el barrio Hijos de Noelí, de la parroquia San Isidro, al oeste de Maracaibo. Miriam solo puede darle a su hija arroz hervido con azúcar de vez en cuando, los demás días se sustenta solo de leche materna. Generalmente comen una sola vez al día.| Foto: José Ángel Núñez Miriam no recuerda cuántas veces fue al hospital de La Concepción. Siempre le decían lo mismo: Aquí no hay nada, tenéis que comprar las medicinas. Y ella regresaba con su hijo envuelto en una sábana. Por eso la familia decidió tratar al niño con plantas medicinales. Los Montiel tienen un Centro de Diagnóstico Integral (CDI) a solo 10 minutos de distancia y 23 consultorios de Barrio Adentro en la parroquia, pero 90 % están cerrados según el Consejo de Dirección de Asistencia Comunitaria Integral de Salud de la parroquia. La muerte ya no asombra a las familias de esta comunidad indígena. Los ancianos se mueren y nunca saben de qué, no tienen acceso a un diagnóstico médico. Fallecen solos porque sus descendientes se fueron del país. No hay planificación familiar y los casos de embarazo a temprana edad se incrementaron al menos 30 % el último año, explican los líderes comunitarios. La mayoría de las mujeres pare en los ranchos, con ayuda de las parteras del barrio. Este es el rancho donde vive Mirian con su hija, sus hermanos y su madre. Todos duermen en un rectángulo construido con retazos de latón de cuatro por cuatro, oscuro y caluroso.| Foto: José Ángel Núñez En San Isidro, la última parroquia de Maracaibo que limita con el municipio Jesús Enrique Lossada, 90 % de sus habitantes pertenecen a la etnia Wayúu. Viven en una especie de hacinamiento colectivo. Los ranchos, construidos con retazos de lata y madera, son pequeños, calientes y oscuros. La alta temperatura de la zona no permite que corra el aire por los rectángulos donde se cocina y se duerme a la vez. Los baños son letrinas. El día transcurre en silencio y por la tarde, las alabanzas cristianas dan testimonio de las creencias de algunas familias antes de que todo quede en total oscuridad. El hambre pone en duda el voto Las zonas indígenas de San Isidro fueron afectadas por el chavismo, los vecinos explican que los wayúu fueron reconocidos por Hugo Chávez y obtuvieron beneficios en educación, asignación de créditos para la siembra y emprendimientos que mejoraron su calidad de vida. Después de eso votaron por Nicolás Maduro y luego por Omar Prieto para la gobernación del Zulia, en el 2017. Pero todo se vino a menos y el hambre los obligó a adoptar un sistema de sobrevivencia que los hace dudar sobre si darles su voto a los rojos nuevamente. El pulmón económico de la parroquia es el reciclaje. La gente sobrevive de la recolección de chatarra que luego la venden por muy poco dinero, que usan para comer una o dos veces al día si tienen suerte. Las bolsas que entrega Mercal y el Instituto Nacional de Nutrición en la comunidad indigena son las mismas, por eso no hay recuperación nutricional. Ahí las familias comen proteína entre una y tres veces al mes.| Foto: José Ángel Núñez “Los niños no estudian porque la necesidad los obliga a trabajar desde los cinco años. Los carritos de juguete los convierten en carrulas para recoger plástico y metal en el día y por la noche se van a Villa San Isidro a pedir comida. El Gobierno usa lo poco que nos da para hacernos más pobres porque entre más pobres e ignorantes seamos, mejor para ellos”, dice Wilmarys Maury, secretaria de emprendimiento del partido Un Nuevo Tiempo y líder comunitaria. Juego electoral La pobreza es extrema en esa comunidad de 150 familias, explica Maury. Más de 30 niños y niñas de San Isidro fallecieron entre 2022 y 2023 por desnutrición, dermatitis e infecciones estomacales. Para ella la pobreza y sus consecuencias, dentro de su comunidad, es el resultado de la desatención gubernamental. A pesar de las presiones de los líderes de calle y los consejos comunales chavistas a los vecinos, para mantener el control del esquema de Gobierno (desde hace seis años), no logran el voto seguro para el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en el estado. “Lo único que llega es la bolsa de Mercal y los bonos que la gente recibe por el carnet de la patria. Esa miseria es la que usan para presionar, nos amenazan con quitárnosla si no votamos por ellos y si reclamamos nos suspenden el beneficio”, explica Wilmarys. La pobreza extrema y la falta de educación en Los Hijos de Noelí es usada por el partido de Gobierno a través de los consejos comunales para presionar y manipular a las familias indígenas y garantizar votos en los comicios electorales. | Foto: José Ángel Núñez La líder comunitaria tiene frescos los recuerdos de la muerte del hijo de Miriam. Contiene las lágrimas y dice que tuvo que arrancar un gabinete de su cocina, que era de madera, para que un vecino hiciera la urna del pequeño, quien fue presentado a última hora para hacer el papeleo del entierro. “Supimos que tenían amibiasis porque pedimos dinero para hacerles los exámenes. Nuestra sorpresa fue que no solo el hijo de Miriam estaba enfermo, sino que dos de los hermanos de ella también. La parasitosis la produjo el agua porque nos llega de un pozo clandestino. Esa agua es para riego pero así como llega, sucia y con larvas, así se la toman”, dice Maury sentada al lado de Miriam. En ese momento el consejo comunal sí se hizo cargo y donaron una fosa común. “Porque el Gobierno siempre aparece cuando ya no hay nada que hacer, ellos juegan con el hambre”. Cinco meses después, también murió el hermanito de Miriam de un año y dos meses de edad por parásitos, un cuadro severo de desnutrición y escabiosis. 90 % de los habitantes de San Isidro son wayúu y de familias numerosas, ahí los padres eligen a qué hijos mandar al colegio porque la pobreza no les permite darle educación a todos. Generalmente los más grandes se dedican al trabajo informal.| Foto: José Ángel Núñez Mercal, una herramienta de control Luis Alberto Iguarán, secretario indígena de San Isidro por la Gobernación del Zulia, fue tajante. “A nosotros solo nos tratan cuando hay elecciones, las ayudas que prometen nunca llegan. El resto del año somos humillados, tratados como un pueblo ignorante, somos manipulados, nos usan”. Miriam comparte el rancho de una sola habitación con su hija, su mamá y seis hermanos. Sobreviven con una bolsa que le llega a través de Mercal a su madre, cada dos o tres meses. “Mi hija a veces come arroz hervido con azúcar, de resto le doy teta”, dice. En medio de esta realidad, los integrantes del consejo comunal Hijos de Noelí le niegan a Miriam el beneficio social del Gobierno y no le dan explicación. El control político dentro de esta comunidad indigena, de 150 familias, se mantiene a través de un solo beneficio, la bolsa de comida distribuida por Mercal, cinco veces al año. Hace cuatro años que en Hijos de Noelí mermó el apoyo al Gobierno.| Foto: José Ángel Núñez Ese día, como la mayoría, Miriam y su familia comieron una sola vez a las 5:00 p. m. Solo arroz con lentejas. Antes de despedirse la joven madre soltó: Aquí no hay quien nos atienda, a nosotros nos tienen apartados, yo no tengo ni cédula. La bolsa de Mercal, programa social del Gobierno creado en 2003, tiene un costo de 34 bolívares, pero los consejos comunales de la zona cobran 40 en efectivo.…
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Indígenas de San Isidro dudan del voto tras décadas de pobreza
Redacción - Infórmate Venezuela
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