Un vigilante nocturno caraqueño Él era la persona que controlaba el barrio y se encargaba de encender los faroles por las noches. Era la Caracas de los tejados rojos, estos hombres se encargaban de instalar el alumbrado diario.
Cuando empezó a caer la tarde, salieron de sus casas para encender las farolas y decir la hora. La gente respetaba el trabajo de estos hombres e incluso se saludaban con sus sombreros.
«Son las siete de la noche y todo está en silencio» Dijeron mientras entraban a las calles de Caracas. Esto significó que la escasamente poblada Caracas estuviera tranquila en ese momento.
Cada hora, dijo el hombre, hasta que los vecinos se durmieron, mientras él se encargaba de encender las farolas. En el que su botella estaba brillante, por lo que se escapó un trozo que llevaba combustible extra.
Entonces esas calles de Caracas, donde la gente es educada y dan las buenas noches, quedaron más iluminadas. El trabajo de los aprendices fue uno de los más populares.
Un vigilante nocturno caraqueño
Al amanecer, le encomendaron apagar las farolas de la plaza y dejar algunas encendidas hasta el amanecer. Más que nada es la Plaza Bolívar.
Siempre llevaba escalera, caja de herramientas, mecha, combustible y algunos trapos. El combustible utilizado era el queroseno, el cual envidiaban y siempre intentaban que no cayera ni una gota al suelo.
Ya con la llegada del siglo XX. Esto es historia, muchas de estas personas han perdido su empleo. Pero son recordados por el sonido del sereno anunciando la hora.
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