Después de los días de la caída paraguaya y el desastre chileno, apareció Ecuador. Un equipo pétreo, por momentos elemental y a la vez futbolístico despiadado, no dejó aflorar las virtudes descubiertas de la Vinotinto.
Fue fiebre de triunfo, un delirio mundialista con la selección que no ha parado. Vencer a los ecuatorianos fue pan comido, se pensaba, pero no fue así. Un empate, un punto para cada país y esperan adelante.
Entonces hablemos del logrado por Venezuela: ¿Es un logro valioso, se ha agregado a la cuenta y se hace de la manera correcta? Ponemos un signo de interrogación en el título porque depende de cómo se mire. Desde el inicio del Mundial, habíamos dicho de antemano que la Vinotinto tenía que ganar todos sus partidos como local y rascar algo por ahí, en las carreteras del continente, para asegurar su lugar al Mundial.
Logró lo impensable contra Brasil en Cuiabá y el pronóstico se cumplió.
Pero al ganarle un punto a Ecuador, perdió dos. Esto lleva a una reflexión: de un posible 27, ahora será 25. No está mal, cielos, porque las matemáticas siguen saliendo. Bueno. ¿Pero qué pasa con la duda? Lo conseguido, el estilo de juego y la planificación se mantienen, pero el empate ha hecho sonar, aunque sea tibiamente, las trompetas de aviso. Sin embargo, nada parece haber sucedido. La carrera es de larga duración, con dieciocho estaciones y sólo cinco. Y si lo miramos, un empate en un viaje tan agotador, al final del largo camino, sólo puede ser un pequeño obstáculo. Y como decía cierto poeta, «un verso perdido en un poema».
Sería útil mirar hacia el futuro. Ahora tenemos que ir mañana a Lima para enfrentarnos a un Perú destrozado. Contra Bolivia se encontró perdido, sin GPS ni rumbo, dejando en la cuneta del tiempo los elogios del respeto a sus raíces incas, para defender en cada evento la forma de pensar el fútbol que le ha arrancado elogios y sonrisas.
Pero vuela. No hay nada más peligroso que una bestia herida. En Perú saben que Venezuela podría ser su último tren, que derrotar a los venezolanos sería un soplo de vida. De fútbol a fútbol, no hay manera en el horizonte para que los peruanos se tuerzan el brazo a la Vinotinto, pero el fútbol, tan impredecible (¿quién hubiera pensado, aparte de los uruguayos, que la celeste podría vencer a la invicta Argentina en Buenos Aires? ), podría sostener bajo su manto que el espíritu de Teófilo Cubillas reaparezca en Perú y el equipo regrese a su época dorada.
De una forma u otra, Venezuela, aunque no muestre grietas visibles, tendrá que cuidarse las espaldas. Caer en la capital de ese imperio cambiaría su estatus actual como equipo casi invencible, y el ciclo tendría que comenzar de nuevo. Ecuador no era una presa a su alcance; Perú tampoco lo será. Ten cuidado entonces.
Un delirio venezolano
Si bien la palabra escrita es poco abordada, huérfana de las historias puestas en las páginas, de igual manera el fútbol criollo alza la voz para decir que existe.
Y en «Delirio Vinotinto» encuentra el eco del deseo de existir, de ser tomado en cuenta por la anhelada afición del país. Se trata de una colección, traducida en un detallado libro, en la que Javier González, Carlos Figueroa Ruiz y Eliécer Pérez Pérez dedicaron sus esfuerzos a dar testimonio del fútbol venezolano desde su nacimiento hasta nuestros días.
Porque aún con sus caídas, también ha tenido días de lucidez, con victorias contundentes. A todo ello se suma, y queda reseñado en el texto, los logros de la versión femenina alcanzados por las valientes muchachas criollas. «Delirio Vinotinto» es, por tanto, un referente ineludible que mira al pasado, presente y futuro de nuestro fútbol cotidiano.