Las palabras del título de esta columna son textuales. «Yo no sigo ese fútbol» no lo dijo nadie en concreto, sino que, como en la parábola de Fuenteovejuna, muchos lo dicen con «todos». Y sí, tenemos aficionados al fútbol que, divorciados de la expresión nacional, dan la espalda a los partidos que se retransmiten por televisión cada semana. Siguen, con fiel devoción, la acción internacional; Son seguidores de la Liga española y del Real Madrid, del Barcelona o del Atlético de Madrid, de la Premier League inglesa o del «calcio» italiano, pero ni mucho menos del que le pusieron el hombro al Deportivo Táchira, al Caracas o al Estudiantes de Mérida. fin de semana.
¿Qué está sucediendo? Se expresan al respecto incluso con cierto desprecio, como algo sin importancia y ajeno a sus intereses más inmediatos…
Es cierto que el fútbol venezolano no es tan aceptable como algunos piensan, pero tampoco es tan inseguro como muchos piensan. Está claro que ha faltado promoción, programas de opinión, pero sobre todo la medida que son los resultados internacionales. Las últimas Copas Libertadores y Suramericana han sido los últimos parámetros: derrota en contra, malos desempeños y ninguna victoria. Dado que la gente se apega a los ganadores, esta verdad golpea con fuerza. Otra cosa sería alguna que otra victoria, o una clasificación al menos a cuartos de final, como ocurrió con el Caracas en 2009. Allí, al menos por curiosidad, veríamos aficionados interesados en el fútbol que no siguen. ..
El fútbol se ha vuelto popular en el país, pero eso es la mitad de la gratitud. La llamativa actuación de la Vinotinto ha incidido en esa corriente de significado a repetir que, como dijo García Márquez en «Cien años de soledad» en relación a un personaje díscolo, ha sido «una pieza suelta de la maquinaria». El segundo motivo ha sido, aunque a simple vista no lo parezca, la proyección de la Eurocopa. El contraste entre una retransmisión del Real Madrid-Barcelona, por ejemplo, y un partido de campeonato nacional es un golpe de gracia.
Se ha establecido un contraste, agradable en la superficie, pero dañino en los cimientos de cómo debe ser el desarrollo del fútbol venezolano. Por tanto, no se trata sólo de convencer a la gente de que se trata de una bebida imprescindible. Existe la percepción de que es un programa que no vale la pena, y es mejor cambiar de canal para ver, en lugar de Táchira-Caracas, un episodio de «Hawái 5-0». ¿Es así?
Nos vemos allí.