Puede parecer exagerado por parte de quien escribe el título de esta nota, pero si le preguntamos a un español, italiano, portugués o francés qué piensa de la Eurocopa lista para comenzar el viernes 14. En junio lo confirmarán: es su «WC». Así vive en sus emociones, y para muchos de los habitantes de ese continente es tan importante o más que el propio Mundial.
En 1927 comenzó a germinar la idea de una reunión de naciones europeas. En su momento, la Copa América, iniciada en 1916, hirió el orgullo que decía que Europa estaba acabada, que era el ejemplo del mundo y de la civilización a seguir. Van y vienen, opiniones reconciliadas y enfrentamientos durante treinta años. Finalmente, y ya hartos de tanta polémica, las cosas tomaron forma en 1957.
En el 58 todo empezó con eliminatorias directas sin sede fija para el torneo, y finalmente culminó en el 60 con la decisión en Moscú, Estadio Lenin, con la final Unión Soviética 3, Hungría 1. Estas copas fueron el espejo de la Juegos Olímpicos, donde los equipos orientales eran los mismos en ambas competiciones y por lo tanto los disputaban con ventaja sobre los equipos amateurs de otras naciones.
Hasta 1958 siguió siendo la Eurocopa de naciones, hasta que en 1992 empezó a llamarse, con el glamour de la nueva era, Eurocopa. Vale recordar que en un partido Escocia-Inglaterra, celebrado en 1937 en el Hanpden Park de Glasgow, 145.415 aficionados establecieron un récord de asistencia que aún se mantiene. Por medidas de seguridad, el estadio se redujo a 81.000 espectadores y luego se redujo a los 52.500 actuales.
Desde 1992, la Eurocopa ha sido escenario de rivalidades ancestrales, de enfrentamientos entre naciones vecinas y amigas, pero en diversos ámbitos de su vida cotidiana, entre ellos el fútbol, son irreconciliables. El choque entre Italia y España destaca por su profundidad. Los hispanos no perdonan a los italianos sus cuatro títulos mundiales y mucho menos ser el actual campeón de la Eurocopa tras una espera de 53 años.
Los recuerdos de grandes partidos son variados en la memoria colectiva, especialmente para españoles y franceses, pero hay uno que es inolvidable: la final de 1984, en París, cuando un balón sacado en un tiro libre de Michel Platini se le escapó por debajo del cuerpo a Luis Arconada, arquero latinoamericano, y entregó la corona a la Torre Eiffel. Y eso también en 2016, cuando Cristiano Ronaldo tuvo que salir lesionado para coger fuerzas desde el área reserva para el gol decisivo de Eder contra Francia y llevar a Portugal al título.
Es vano y arrogante llevar el banderín de campeón de Europa de un país a otro. El torneo está lejos del dinero de la Champions, y por eso, y por una vez en el fútbol grande, el dinero es lo de menos. Traer la gloria europea, con altivez, eso sí.
El enigma de Italia
La mística es una de las cualidades que rodea desde hace tiempo a los equipos italianos. Cuando se espera poco de ellos, se vuelven imparables.
Esto es lo que ocurrió en 2021, última Eurocopa disputada, cuando tuvo que compartir grupo con Turquía, Suiza y Gales.
Vencieron a los tres, y a partir de ahí pasaron por encima de Austria y Bélgica, hasta tropezar en semifinales ante la siempre difícil España: victoria en los penaltis.
En la final, y tras un partido agotador en el que se vio perjudicado por un gol de Luke Shaw, aguantó un gol de Leonardo Bonucci para levantar la corona y derrotar a Inglaterra en la tanda de penaltis.
24 equipos clasificados entre los 55 aspirantes de ese continente habían trabajado duro, pero sólo los italianos, con su trama, con su brujería, pudieron levantar los brazos.