Cuando vimos los logros de los deportistas venezolanos durante los Juegos Olímpicos de París y los vimos recibir sus diplomas, establecimos paralelismos con el Mundial de fútbol y los partidos por el tercer puesto. Y enseguida nos preguntamos: ¿qué significa cada uno, son ventajas o consuelo por no poder ganar? Cuando se trata de fútbol, muchas veces los jugadores, a medio camino entre el desánimo y el enfado, nos lo jugarán en contra; Sus ambiciones eran otras, jugar la final, conseguir el título.
¿Adónde conduce el tercer puesto? ¿Qué grandes cosas se han logrado, sobre todo si los equipos que debían jugarlo eran aspirantes a la corona? Con los diplomas ocurre algo parecido. Un diploma implica, más que un logro, el malestar de la imposibilidad, de estar fuera de la élite de la competición…
Por supuesto, depende de lo que quieras. Si eres un deportista joven, en pleno ascenso y capaz de llegar a lo más alto, puedes hablar de una perspectiva optimista. Pero si ese concursante ha madurado hasta el punto más alto de sus capacidades, ¿se puede decir lo mismo? Por eso, nos pareció conforme resaltar el diploma y no decirle al pueblo, a la afición, que Venezuela no ganó ninguna de las casi mil medallas en juego, que la delegación nacional, luego de lograr cuatro en Tokio 2021, ahora, años más tarde, ha estado vacío.
¿Cómo calificarías esto? Atletas de países hasta ahora inéditos en el medallero, como Santa Lucía, Dominica y Cabo Verde, iluminaron los Juegos con el brillo de sus medallas; Otros, como Ecuador, por poner sólo un ejemplo, cuentan actualmente con cinco. ¿Podrían ser accidentes deportivos? Tal vez, pero aparte de eso, es la dura e indiscutible realidad…
Y no se trata de atacar o juzgar a priori, sino de hablar de la necesidad de decir que algo debe pasar y mucho hay que revisar. Había marcas que en realidad estaban cercanas a una medalla, pero otras que estaban a innumerables distancias. Venezuela, potencia mundial del boxeo, se llevó a dos púgiles, eliminados en la primera pelea.
¡Qué contraste! Llamemos a Joselyn Brea: conocemos su determinación, su nivel moral, su terca preparación. Pero también de su actuación olímpica. Entendemos que se haya sentido orgullosa de representar al país, pero ¿era necesario llegar a los lugares a los que llegó para generar tanto ruido? El decepcionante desempeño de la delegación nacional exige un trabajo que ya debería haber comenzado de cara a Los Ángeles 2028. Si no, bueno, los nubarrones seguirán cerniéndose sobre el deporte nacional.
Nos vemos allí.