El pentagrama, selecto nervio de nuestro espíritu, es el nervio de nuestra raza. Cecilio Zubillaga Perera, 1942. Si escogiera, el Sol nacería en el nombre de Carora. Pablo Neruda, 1959. Introducción Dice el musicólogo uruguayo Walter Guido, en la presentación del famoso y sin igual libro del maestro José Antonio Calcaño La ciudad y su música, que “En una sociedad, la música cumple una función que, en términos generales, es semejante a la de las demás artes. Sin embargo, a poco que se profundice en sus características propias, se comprobará que ofrece matices que la diferencian radicalmente de los demás fenómenos artísticos.” Para estudiar la música abundan las tendencias y se nota una clara imprecisión terminológica, no existe un vocabulario técnico uniforme, agrega Guido. No haremos en este ensayo un estudio musical en sí mismo, sin agregados extra-musicales. Nosotros nos decidimos por una historia social de la música, tal como nos enseñaron los maestros Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, es decir estableciendo una correlación e interdependencia del hecho musical con los acontecimientos históricos, sociales y culturales de una época, así como vincular a la música con las otras artes. Mostrar el fenómeno musical en forma socializada es nuestro propósito. Un músico jamás toca para sí mismo, la ejecuta para ser oído por un colectivo, porque la música sin más y evidentemente es una construcción social. Calcaño escribe que “Ha habido siempre una coincidencia entre la grandeza de un país y el desarrollo de su música. Las grandes naciones, en sus grandes periodos, han tenido siempre su mejor música. Podemos seguir paso a paso la grandeza y la decadencia de un pueblo o de una cultura, en la grandeza y decadencia de su música. No ha habido nación mediocre con música excelsa. Después que el alma de un pueblo y sus instituciones, alcanzan consistencia y desarrollo, es cuando aparece en él una música valiosa.” Y más adelante agrega Calcaño “Es el crecimiento de la ciudad el que acondiciona el crecimiento de la música; es el carácter de los pobladores, modificados en gran parte por los hábitos de vida y las circunstancias ambientes el que acondiciona el carácter de la música.” Creemos que la música en el semiárido occidental larense venezolano es producto social que ha llegado a la madurez, puesto que es una comunidad que tiene hondas raíces histórico sociales desde tiempos precolombinos hasta la actualidad. Es el semiárido larense una “comunidad imaginada”, como dijera Benedict Anderson, en el seno de la nación venezolana, con características muy singulares e idiosincráticas, que se mira a sí misma y se siente como comunidad musical, por ello nos atrevemos a escribir las páginas que siguen. El semiárido musical larense venezolano Esta realidad geográfica venezolana particularmente seca y semidesértica, un dato primario, es el asiento histórico de una cultura musical que no dudamos en calificar de excepcional, que envidiaría otras regiones de nuestro país y más allá de nuestras fronteras. Es el producto de una madurez histórica alcanzada a fines del siglo XVIII colonial y barroco. En sus dos vertientes, la académica y la popular logran el pentagrama y entonación en estos lugares del occidente de Venezuela, el Estado Lara, cotas y elevaciones de una maestría que ha llamado la atención de propios y extraños. Es un fenómeno de la cultura que requiere una comprensión de tan excepcional calidad melódica. La musicalidad larense tiene como base objetiva la realidad de una geografía del semiárido, una pequeña porción del Venezuela cercana al 6 % pero que tiene una expansión e influencia nacional y universal. Es un semiárido curioso pues está como colocado en un sitio en el que no debía estar: el trópico. Es una música de ambientes calurosos la mayor parte del año, donde un tipo humano extrovertido y alegre ha creado prodigios musicales. El hombre ascio del semiárido La iluminación solar constante la mayor parte del año ha impedido que la melancolía y la depresión propia de las zonas templadas y frías reine entre nosotros. Se ha impuesto entre nosotros el “hombre ascio” que habita la zona tórrida y que interesó al sabio tocuyano doctor Lisandro Alvarado. Es un ser humano que disfruta de los rayos solares y del calor, lejano del exceso de bilis negra que conduce a la melancolía, de la que hablaron en su teoría humorista Hipócrates y Galeno en la Antigüedad. Esa doctrina de los cuatro humores llega hasta el siglo XVII cuando se empleaban la música y la danza como tratamiento de la melancolía. La luz estridente, dice Áxel Capriles, la luz sin contemplaciones, es una experiencia poderosa, abrumadora. Y, querámoslo o no, los habitantes de estas regiones equinocciales, como Armando Reverón, tenemos que llegar a términos con la deslumbrante masa solar que nos subsume. El Sol es el principio de todo movimiento, incita a elevar el tono de voz para traspasar los obstáculos. Los rayos del Sol despiertan la extroversión. El alargamiento del día en los meses de mayo, junio, julio y agosto, nos hacen sentir más alegres y confiados. ¿Será acaso necesario decir que las fiestas del semiárido larense coinciden o se realizan en las cercanías del solsticio de verano?: La Cruz de Mayo, el Día de San Antonio de Padua, las Fiestas de San Juan Bautista, la Parranda de San Pedro. El incremento de la radiación solar, agrega Capriles, produce cambios hormonales que elevan el estado de ánimo, el Sol se asocia con la alegría. La depresión, por el contrario, se vincula con la oscuridad. Es una vivencia universal. Para el antropólogo Gilbert Durand, uno de los esquemas dominantes de la imaginación es el que opone los símbolos tenebrosos a los de la luz. La luz por lo general, simboliza alegría, esperanza, ascenso, calidez, buen humor y entusiasmo, mientras que la oscuridad, su polo contrario, representa tristeza, infortunio, pesadez y descenso. La luz es una condición indispensable para entender la cultura y la psicología venezolana, afirma Capriles. Las cuerdas y las maderas tienen en nuestro clima cálido y solar durante casi todo el año, una sonoridad y afinamiento únicos. Las noches estrelladas y con rala nubosidad invitan a una sociabilidad con arpegios y armonías, la noche está poblada de sonoridades de insectos, reptiles y aves. Nuestras auroras son un coro de melodías canoras. El calor seco a diferencia del calor húmedo predispone a la meditación pues no embota los sentidos, sino que los aguza de manera significativa. Apenas es necesario recordar que las tres grandes religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam son productos del desierto. El trópico no es inercia e inacción, como diría don Mariano Picón Salas, no es tierra de dormilones y perezosos, una hidrografía difícil nos ha hecho imaginativos e inventivos. En el pasado no tuvimos ni economía del cacao ni economía del café, fue, por el contrario, una economía de caprinos y ágaves, economía del comercio a lomo de mulas. Y al despuntar el siglo XX no fue encontrado en las entrañas el disolvente vellocino petrolero que hubiese desarticulado nuestras numerosas aldeas musicales. La musicalidad larense es un fenómeno colectivo y de masas, aparejado a nuestra devoción marianista tan afincada. En los espectáculos musicales que convocan a centenares y miles se puede observar que los cantos colectivos tienen afinación, lo que poco sucede en otras regiones culturales de Venezuela. La música es pues una expresión social y de grupo que se fue conformando desde el siglo XVI en lo que he llamado “Triángulo colonial y barroco” conformado por El Tocuyo, Barquisimeto y Carora. Triángulo de acordes y pentagramas que nos ha hecho la entidad jurídico política musical y melódica por excelencia al estado Lara en el concierto de la Nación Venezuela. Lara y el mestizaje social Ese agudo oído melódico deviene de nuestra conformación de pueblo que ha logrado una mestización casi completa en un tipo humano de características medias y equilibradas, dice el sabio Francisco Tamayo. No existen núcleos negroides o caucásicos grandes o perdurables, por lo que podemos inferir que la mescla étnica se ha logrado de manera gradual y no traumática. La guerra social de la Independencia y la guerra social de la Federación no tuvieron acá la crueldad y el ensañamiento que en el centro de Venezuela. La piel morena, muy lejana del llamado “modelo ario” decimonónico, es rítmica y extrovertida, proclive a las actividades grupales religiosas y paganas. La melancolía europea no logró jamás tomar ciudadanía entre nosotros…
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Redacción - Infórmate Venezuela
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