– Infórmate Venezuela –
Mi abuelo don Luis Manuel Riera y mi padre Expedito Cortés fueron educadores de escuelas primarias rurales en las estribaciones andinas del Estado Lara, Venezuela. Quien escribe, empeñoso, les siguió la pista magisterial. Me suministraron excelentes consejos para llevar adelante una buena educación que me ayudaron mucho.
Pero lo que ellos nunca me dijeron y no podían imaginar, es que la docencia en la educación venezolana podía llegar a la gigantesca, brutal y desproporcionada cantidad de 54 horas docentes semanales para el maestro y el profesor de Educación Media. Un verdadero reto físico y mental, una titánica y extremada tarea educativa que deja exhaustos y enfermos a muchos trabajadores de la educación, tal como he podido observar y sufrir en carne propia en mis 48 años de ejercicio docente en los cinco niveles -desde primaria a doctorado- de nuestro sistema educativo venezolano.
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A tal extremada cantidad de horas docentes habría que agregar la cantidad de secciones que, en mi caso atendía de lunes a las siete de la mañana hasta los viernes a las seis de la tarde: 14 secciones de cuarto y quinto año de ciclo diversificado. Los programas eran Psicología de primero de ciencias y humanidades; Filosofía de quinto de humanidades, dos asignaturas que no cursé en pregrado; Historia del Arte de cuarto de humanidades. Pero también atendía asignaturas como Introducción a la Economía, Seminario de Investigación, Historia Contemporánea de Venezuela, Historia Universal (mi especialidad obtenida en la Universidad de Los Andes, 1976), Cátedra Bolivariana, Educación Artística de primero y segundo año, Formación social, moral y cívica.
Durante mi largo ejercicio docente he llegado a concluir que han sido mis exalumnos unos 10.000 muchachos de ambos sexos de la localidad de Carora y poblados vecinos como Altagracia, Aregue, San Félix, El Coyón, y, finalmente en Tamaca, poblado a 16 kilómetros al norte de Barquisimeto, donde terminé mi pasantía por aula en 1996. Luego vinieron mis años administrativos en la Dirección de Educación del Estado Lara hasta mi jubilación en 2003, pero sin dejar de dictar clases en la Maestría en Historia, convenio Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, UCLA, Universidad Pedagógica Experimental Libertador, UPEL, Fundación Buría, así como en el novísimo y expectante Doctorado en Cultura Latinoamericana y Caribeña, UPEL, Barquisimeto.
Mi salud, por supuesto, se resintió con aquel prolongado y bestial uso de la palabra durante tanto tiempo. Es que la cultura de habla castellana es una cultura de signo oral fundamentalmente. El sistema respiratorio dio las primeras alarmas por allá en 1985. A fuerza de forzar las cuerdas vocales y de tragar residuos de tiza, una novedad pedagógica introducida por el Ministro de Instrucción Dr. José Gil Fortoul en 1912, mis amígdalas inflamadas y purulentas me hicieron visitar regularmente el IPASME (nuestro instituto de previsión y asistencia social del magisterio venezolano), hasta que fueron extirpadas con anestesia local, un mes de agosto en una clínica privada de Barquisimeto. El otorrinolaringólogo Dr. Rafael Centeno me felicitó por haberme operado en un mes de vacaciones, pues la inmensa mayoría de los docentes prefiere hacerlo durante los días de clases. Vaya usted a saber por qué.
El aparato visual de manera parecida se resintió, pues debía corregir miles de pruebas manuscritas (quiz) y pruebas trimestrales reproducidas en multígrafos Gestetner, aparatos ya caídos en desuso. Visité pues al oftalmólogo y desde 1989 debo usar anteojos para leer. Todo lo cual se agravó por mi impenitente vicio de la lectura, y sobre todo cuando leí los dos tomos y 1.673 páginas de una obra historiográfica monumental del francés Fernand Braudel escrita en 1949, y que creo ser los pocos en haberla repasado íntegramente en Venezuela: El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II.
Debo aclarar que comencé mi ejercicio docente con 40 horas, repartidas en dos instituciones educativas: 27 horas de Historia Contemporánea de Venezuela en el Liceo Egidio Montesinos, y otras 13 horas de Formación social, moral y cívica en el Ciclo Básico Madre Emilia, distantes uno de otro unos 2.800 metros. No tenía en ese entonces vehículo propio para trasladarme.
No era yo el único docente castigado por aquella enormidad horaria, pues casi todos mis colegas tenían semejante carga docente. Uno de ellos, profesor de deportes, llegó a administrar 62 horas de clases en aquel inclemente sol caroreño y elevadas temperaturas cercanas a los 35 grados centígrados. Sobrevivió.
Otros colegas eran más afortunados, pues administraban asignaturas de las ciencias experimentales, física, química, biología y ciencias de la tierra, en frescos, cómodos y confortables laboratorios construidos en 1963 durante la presidencia del Dr. Raúl Leoni. El resto de profesores debíamos dictar clases en horrendos e incómodos por calenturientos, salones de clases de techo de acerolit llamados R3, agrupadas en un sector de la institución que el director del Liceo, profesor Simón Villegas Lozada, llamaba con humor Caucagüita. Tales adefesios arquitectónicos antipedagógicos no se han vuelto a edificar.
Me sentía asfixiado y desfalleciente. Quise salir de aquella calamidad que me consumía. Busqué una salida en 1995 concursando por un cargo de Tiempo Completo, que no es tal, pues significaba perder horas, salario. Me acompañaba mi reciente título de Magister en Historia obtenido summa cum laude. En la prueba escrita manifesté querer descansar y reposar en aquel nuevo escenario pedagógico que es una seccional. El jurado evaluador, jefes de seccionales que por política partidista habían escalado, que leyó mis letras, les pareció aquello un insulto muy grave y en consecuencia decidieron aplazarme en aquel exasperante y prolongado concurso por cargos que no se repitió. A 30 años de aquel suceso aun no comprendo a cabalidad qué sensibilidad tan honda herí con mis muy sinceras opiniones en aquella ocasión.
Debí, en amarga consecuencia, volver al aula de clases, mis catorce secciones, seis asignaturas, 360 alumnos y una inmensa mayoría de colegas que no comprendía mi formación universitaria de Licenciado en Historia. Unos, erróneamente, me pensaban licenciado en educación. Otros me calificaban como profesor en ciencias sociales egresado del Pedagógico barquisimetano. Mi excepcional perfil académico pasó desapercibido e ignorado. Había sido preparado para la investigación histórica y muy colateralmente para el ejercicio del magisterio.
A pesar y gracias a ello pude dictar dos asignaturas que no cursé en mi pregrado, esto es, psicología de cuarto año de Ciencias y Humanidades, y filosofía de quinto año de Humanidades. Fue un enorme reto intelectual que asumí con agrado, pues ampliaba de manera inmensa mi horizonte epistémico. Tuve dificultades al principio, pues los muchachos le tenían pavor a ese libro colosal de 700 páginas escrito por el sabio germano-venezolano Ignacio Burk, llamado Psicología, un enfoque actual. Descubrí que ellos preferían los apuntes y el dictado antes que meteré las pestañas a aquel portentoso libraco que era más indicado para la universidad que para Educación Media.
Cosa semejante ocurría con el texto de Filosofía, también salido de la pluma de Ignacio Burk para quinto de Humanidades. Pues era un lenguaje que muy poco asimilaban y entendían los párvulos: ontología, episteme, teleología, y un largo etcétera. Nombres de personajes que jamás habían escuchado: Tales de Mileto, Kant, Leibniz, Ockam, Freud, Karl Marx, Sartre. Descubrí que era necesario apelar al denostado y estigmatizado dictado en voz alta, del que tanto despotricaban las nuevas corrientes pedagógicas. Resultó ser un acierto pedagógico que descubrí por ensayo y error.
A pesar de la avasallante y pesadísima carga docente de 54 horas de clases de aula, pude realizar estudios de Especialista, Magister y Doctorado en Historia entre 1992 y 2003, muy lejos de Carora y de mi Liceo: la Universidades José María Vargas y Santa María ubicadas en la capital de la República, Caracas, a 500 kilómetros de distancia, de la mano de mis mentores, los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas. Abrí dos relevantes Líneas de Investigación: A) Historia social de la educación en la Región Centro Occidental de Venezuela, B) Historia social de las manifestaciones religiosas en Venezuela.
Enseñar las asignaturas psicología y filosofía fue un auténtico parto intelectual. Me di cuenta que mi ignorancia era supina, garrafal en esas áreas del conocimiento vitales para un historiador. Ellas me conectaron con la llamada “historia de las mentalidades” de la Escuela de Anales francesa que fundaran en 1929 Marc Bloch y Lucien Febvre. Apenas puedo pensar qué hubiese sido de mis estudios de posgrado sin los magníficos aportes de estas ciencias y sin los libros fundamentales de estos eminentes sabios franceses: Apología de la historia o el oficio del historiador y El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais.
Y sucedió algo que no estaba en mis cálculos: el tradicional bipartidismo venezolano se fractura en el Estado Lara y asciende a la Gobernación un hombre distinto a los partidos tradicionales. Inmediatamente fui solicitado a para ejercer un cargo administrativo de confianza política en la monstruosa por su tamaño Zona Educativa. No lo podía creer. Estaba fuera del aula de clases y las lacerantes 54 horas de carga docente en las que tuve -debo reconocer- destacadísimos discípulos.
Ahora no tenía 54 horas docentes, sino más de 100 horas administrativas durante siete intensos años, desde 1996 hasta 2003, año de mi merecidísima jubilación. Perdí mis vacaciones de carnaval, semana santa, agosto. Debí hacer actividades hasta muy entrado el año calendario, cercano al 31 de diciembre. No había casi descanso en aquel cargo de confianza, político. Ese septenio fue para mi de enorme y significativo aprendizaje: publicamos nueve textos escolares para primaria, dictaba charlas y conferencias pedagógicas, reparamos escuelas en mal estado, abrimos el Centro Regional de Apoyo al Maestro “Francisco Tamayo”, CRAM-FT, recibimos a las misiones médicas de Cuba, descargué en mis hombros toneladas de libros, hice viaje sin viáticos a Caracas para adquirir libros y diversos materiales pedagógicos, repartí colecciones y enciclopedias en mi automóvil en diferentes planteles educativos de los municipio Jiménez, Urdaneta, Torres, Iribarren, busqué en sus casas a profesores del Pedagógico para dictar conferencias en el CRAM-FT, asistí a mis clases de Doctorado, dicté clases en la Maestría en Historia, Convenio UCLA,UPEL, Fundación Buría, fui jurado calificador de trabajos de grado de Maestría en Historia, atendí a mi mentor, el Dr. Federico Brito Figueroa.
En el ínterin atendí a mi novia, la señorita Raiza María Mujica Pérez, mi exalumna de bachillerato, quien coronó sus estudios de medicina con la calificación Magna Cum Laude en el Decanato de Medicina de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado en 2004. Hogaño es mi esposa, reconocida dermatóloga en la ciudad de Carora, me ha dado tres hermosos hijos: José Manuel, Luis Manuel y María Fernanda.
Hogaño soy Cronista Oficial del Municipio Torres, Carora desde 2008, cargo de resguardo de la memoria que gané por concurso. Mantengo colaboraciones con los diarios El Impulso, El Caroreño, Revista Aldea Educativa Magazine (EEUU), Archipiélago (México), Saber, ULA, Agulha (Brasil), Coloquio de los perros (España), Letralia, En Prospectiva (Universidad de Yacambú), Clases Historia (España), Ciscuve (UCV), Carohana, Cine y Literatura (Chile), Cine y Reverso (Chile), Correo de Lara, Fundación Islámica de Chile, Heurística (ULA), Mayéutica, Principia (UCLA), Memoria Educativa Venezolana (UCV), Musicalis (España), Revista de Ciencias Sociales de la Región Centro Occidental de Venezuela, Revista de la Policlínica Carora, Revista UNAM (México), SCRIBD (EEUU), Tierra Firme, Universidad Autónoma del Estado de Morelos (México), Enlace Científico, entre otras.
He ganado en 2014 la Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez con el ensayo Rafael Domingo Silva Uzcátegui: Más allá de la Enciclopedia larense, psiquiatría y literatura modernista, editado por la Casa de las Letras Andrés Bello (2017). La prestigiosa Academia de Ciencias de Rusia, en la persona del Dr. Andrey Schelchkov, se ha interesado vivamente en mi ensayo comparativo titulado Sor Juana y Goethe: del barroco al romanticismo (2021) que será publicado a la brevedad por esa famosa institución, lo cual ha constituido para nosotros gran orgullo y satisfacción al venir tal proposición de la patria de Gogol y Dostoievski.
La Alcaldía del Municipio Torres y la Fundación Buría han publicado mi ensayo Del Colegio La Esperanza al Colegio Federal Carora, 1890-1937. Barquisimeto, Carora, 1997. Antecedentes comunitarios en el Municipio Torres. La gallarda serpentina de El Negro Tino Carrasco. Carora, 2017. Historieta sobre La Candelaria (prólogo), 2013. Cecilio “Chío” Zubillaga, protector de los humildes. Doctora Isabel Hernández Lameda (coautora) 2020.Mis grandes satisfacciones vitales han sido múltiples: haber impartido docencia a unos 10 mil alumnos desde primaria hasta doctorado, abrir dos líneas de investigación en posgrado, introducir la fenomenología de Husserl a tales estudios, escribir Historia Social del Colegio La Esperanza yColegio Federal Carora,1890-1937 (1995), Ocho pecados capitales del historiadorHomenaje a Eric Hobsbawm en sus 90 años (2007), mi ensayo más difundido y comentado, conocer a mis mentores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, intentar comprender con algún éxito la cultura de habla castellana.
Luis Eduardo Cortés Riera
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