«Carta de la Viuda de Sucre al Asesino:»
Largas noches de insomnio que desembocan en amaneceres sin noche, resuena en mi mente el ruido de los cascos de los caballos que llevaron a nuestros héroes a la libertad en los días grises. El «Pabellón del Patriotismo» navega bajo tormentas desde los estrechos aulladores:
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¡Libertad… libertad… libertad!
Y pienso en rendir homenaje a quienes han derramado su sangre para pintar de rojo el crepúsculo de la esperanza. A muchos muchachos, a veces casi niños, que creyeron en el riesgo de alcanzar sus sueños de un país mejor, estudiantes por doquier, llenos de alegría, para defender la herencia libertaria, utilizando como escudo el manto de la «bandera venezolana» y los restos de una caja de cartón. A las niñas que a los dieciocho años fueron llamadas al “Servicio Militar Obligatorio” y enviadas a proteger nuestra integridad y fueron emboscadas por cobardes guerrilleros que las cazaron como conejos en distintas montañas del país, sin olvidar la masacre de Puerto Cabello, carupanazo, Tren-deluccanto o Tren-delucucan.
A los muchos ciudadanos que sucumbieron a las torturas de los regímenes totalitarios, en especial a las generaciones del 28 y del 58 que se vieron obligadas a formar parte de la diáspora brutal que destroza familias.
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Finalmente, a quienes son víctimas de la sucia traición provocada por el apetito político, los intereses personales, la corrupción y el crimen, a sus seres queridos que en su corazón están de luto y sufriendo la separación física, les transmito esta obra de Eumenes Fuguet Borregales…
“El general Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, en su ruta de Bogotá a Quito, fue brutalmente asesinado el 4 de junio de 1830 en el cerro Berruecos en la provincia de Pasto, sur de Colombia.
Quería llegar antes del día de San Antonio, el 13 de junio, para conocer a su familia.
Prefirió la vía terrestre Bogotá-Neiva-Popayan-Pasto-Quito a utilizar el puerto de Buenaventura – puerto de Guayaquil-Quito.
Era una crónica anunciada de la muerte.
Desafortunadamente, el coronel venezolano Apolinar Morillo (de San Lázaro Trujillo) estuvo involucrado en la planificación y ejecución del magnicidio. En noviembre de 1842, la Plaza Mayor de Bogotá fue vandalizada y fusilada.
Su viuda, doña Mariana Carcelén y Larrea, marqués de Solanda y Villaroche (1805-1861), escribió una carta al general José María Obando, asesino intelectual nacido en Pasto-Colombia, con sinceras palabras, que por su profundo contenido humano escribimos a continuación:
“Estas vestiduras funerarias, este pecho desgarrado, el rostro pálido y el cabello peinado, tristemente dan testimonio de las emociones dolorosas que invaden mi alma.
Ayer celosa esposa de un héroe, hoy objeto de lástima simpatía, nunca hubo persona más infeliz que yo, sin duda, persona cruel: la desdichada viuda del Gran Mariscal de Ayacucho, que te habla. Heredero de la inmundicia y el crimen, ¡incluso si te gusta el crimen y tienes magia! Dime, ¿era necesario matar a una víctima tan ilustre, a una víctima tan inocente, para saciar tu sed de sangre a través de la discordia?.. ¿No habría otro para saciar tu rabia infernal?
Os juro, y ruego al alto cielo por testigo, que este corazón es más puro y más fuerte que Sucre, que nunca latió en el pecho del hombre.
Lo unían lazos que sólo tú, el salvaje, podías desatar; Tu poder maligno está ligado a su memoria por lazos irrompibles.
No conocía la naturaleza alta y amable de mi esposo, el corazón lleno de bondad y generosidad.
Pero no pretendo disculparme aquí por el general Sucre; Está escrito con una vista gloriosa de la patria.
No reclamo su vida, podrías tomarla, pero no puedes restaurarla, y no quiero venganza. La mano temblorosa de una mujer puede desviar al acero vengador.
Además, el ser supremo que quiere condonar el crimen con su inteligencia sabe que un día te exigirá cuentas más severas.
Pido menos tu misericordia, me sirve de cruel tortura. Todo lo que te pido es que entregues las cenizas de tu víctima.
Si los dejas escapar de esas montañas temibles, el nido oscuro del crimen y la muerte, y la influencia asesina de tu presencia, más terrible que la muerte y el crimen.
Tu barbarie, hombre inhumano, no necesita más testimonio.
En tu frente feroz hay marcas imborrables, El desagrado del Eterno.
El veneno de la virtud en tu mirada maligna, Tu nombre en el epígrafe de la impureza, Y la sangre que enrojece tus manos, La copa de tus crímenes, ¿quieres más?
Dame los restos muertos, los restos tristes del héroe, del padre y del marido, y recupera las terribles huellas de su país, su huérfano y su viuda. (Fin de la cita).
Doña Mariana Carcelen y Larrea, casada con el General Sucre, representante del General Vicente Aguirre, dio a luz a Teresita en 1828-1830…
Nuestro libertador, Cartagena de Indias, estuvo en «La Heroica» y se enteró del alevoso asesinato del General Sucre Mariscal de Ayacucho en la noche del 1 de julio de 1830…
Expresar:
“¡Santo Dios, la sangre del Abel de América ha sido derramada!
La cruel bala que hirió tu corazón mató a Colombia y me quitó la vida.
Como soldado fuiste victoria, como juez, como vencedor, perdonaste; lealtad como amigo y patriotismo como ciudadano.
Todo lo tienes para tu gloria, lo que te falta sólo conviene a Dios».
Silencio…!
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