El domingo 16 de julio, Fiesta de Nuestra Señora del Carmen, lo menos que hice fue acordarme de tan hermosa fiesta y de que ese día se cumplían 78 años de la prueba de la bomba atómica el desierto del Álamo Gordo, Texas, es decir, el verdadero estreno de la terrible arma. No, yo estaba, a través de la pantalla de televisión, en Wimbledon, Inglaterra, presenciando emocionada la gesta final del campeonato de tenis, quizás el más importante del mundo -junto al Roland Garrós de París- de esa localidad. El tercer grand slam del año, el sueño de todo tenista: llegar a jugar algún día sobre el césped de las canchas de Wimbledon. Y ahí estaban, para enfrentarse en esa final, el número uno del mundo, el mocete español de 20 años, Carlos Alcaraz y el número dos, el veterano serbio de 37 años, Novak Djokovic. Cuando el murciano nacía, ya estaba el centroeuropeo ganando campeonatos. Así, se enfrentaban la juventud y la veteranía, la fuerza y la astucia, el ímpetu juvenil y el maduro equilibrio.
Yo iba, sin lugar a dudas, con Carlos Alcaraz. Desde que el año pasado despuntó a los 19 años en el deporte blanco, lo vi como sucesor legítimo de mi admirado ícono Rafael Nadal. Heredero del mallorquín en nacionalidad, en físico, en manera de jugar con técnica, estilo, garbo, pasión, poseído del duende. Todo un espectáculo de arte y destreza. Sin embargo, como Djokovic se las trae también y aunque me cae como porrazo en la espinilla por su arrogancia y malacrianza antideportiva, preparé mi ánimo para un posible triunfo del serbio que, además, en las encuestas aparecía como favorito. Si ganaba, no sólo volvería a ser el número uno del mundo, sino que se apoderaba de varios récords. Me senté ante el televisor y me hice un lavado mental. Alicia: tú vas simplemente a ver un buen tenis, gane quien gane, goza del deporte, de las buenas jugadas, es un espectáculo para disfrutar, no para sufrir. En este tipo de autocontrol soy muy experta, será porque todo fanatismo me enferma.
El juego tuvo muchos altibajos para ambos tenistas. Fácilmente ganó Novak el primer set 6-1; el segundo lo ganó Carlitos en forma muy reñida, 7-6 y en el tercero pareció que se comía al serbio, pues le pagó con la misma moneda del primero, 6-1. Claro, cuando uno dice fácilmente por el score final del set, no es del todo cierto, porque hubo puntos que se batieron aguerridamente con 40-40 iguales (jus) interminables; uno duró 27 minutos. El cuarto set podía ser el decisivo y alzarse el murciano con la copa, pero el titán serbio resucitó -los campeones no se rinden- y lo ganó. Había, pues, que ir al quinto y decisivo set. Así tenía que ser una gran final de Wimbledon.
Sin embargo, en uno de los últimos sets yo supe que Alcaraz ganaría, ¿por qué? Porque Djokovic tuvo una de sus desagradables reacciones altaneras. Furioso por una pifia suya o simplemente por un importante punto perdido, batió su raqueta contra el poste de la red y la rompió. Dije entonces: Novak, acabas de perder el juego, Dios no te perdonará ese repugnante y antideportivo gesto de ira incontrolada. Y así fue. Él se queja de que el público no lo apoya lo suficiente y lo reclama, pero no hace caso a las respuestas que le dan las personas del respetable a sus intemperancias, simplemente chocan y le restan simpatía. Quiera Dios que Djokovic reaccione y ponga fin a sus salidas de tono, así podrá alcanzar los récords que le faltan, pero debe apurarse, le queda poco tiempo de actividad deportiva. Los años no perdonan.
Y a todas estas, ¿por qué titulé este artículo “El tercer contendiente”? ¿Será por la ira del serbio? No, aunque podría ser. Hubo algo más el domingo. Mi admirado y gran amigo, Rafael Arráiz Lucca, estrenaba su programa televisivo “La aventura humana”, a la misma hora del juego. Para mí fue un pasar de un canal a otro durante 60 minutos, aprovechaba los breves descansos del tenis, para ver y oír a Rafael hablando de nuestra historia. Aprecié a sorbos lo que parece ser una apasionante serie histórico-cultural, con sesiones todos los domingos, a las 9 am. Para mi mañana de Wimbledon, Rafael, fuiste mi tercer contendiente y si no le ganaste a Alcaraz, estuviste ahí…, ahí.